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«Mal viaje» y otros problemas psiquiátricos asociados a los psicodélicos

«Mal viaje» y otros problemas psiquiátricos asociados a los psicodélicos

Por Dr. Fernando Caudevilla

Tanto en el lenguaje popular como en entornos más especializados suele utilizarse el término “mal viaje” para definir un conjunto de síntomas psíquicos negativos o desagradables que pueden manifestarse durante una experiencia con psicodélicos.


Las manifestaciones pueden variar desde ansiedad inespecífica hasta estados de terror y alucinaciones visuales incontrolables, ideas paranoides de persecución, sensación de alienación, de que el mundo no es real o de muerte inminente.

De entrada señalaremos que un “mal viaje puro” es tan poco frecuente como un “buen viaje puro”. Una experiencia con psicodélicos nunca suele ser sólo una sucesión de imágenes beatíficas, sensaciones placenteras y percepciones místicas. La aparición de pensamientos negativos, momentos de ansiedad, percepciones visuales desagradables, dificultad para pensar… son normales y deben ser considerados como un elemento más de ésta. Sólo en la medida en que estos pensamientos o sentimientos sean muy prolongados en el tiempo, causen un malestar significativo o puedan dar lugar a conductas potencialmente graves (intento de agredir a otras personas o a uno mismo) precisarán de intervención.

Existen distintos factores que pueden facilitar la aparición de sentimientos y pensamientos negativos. La falta de experiencia previa con psicodélicos, el desconocimiento acerca de los posibles efectos que pueden aparecer, una compañía o lugar inadecuados o no encontrarse en un buen momento anímico son algunas de las más típicas. Con respecto a las dosis, este tipo de problemas suele presentarse más con dosis bajas que con dosis elevadas. El motivo suele ser que, a dosis plenas, el viaje psicodélico se hace irremediable y el sujeto se ve de alguna manera “arrastrado” al estado de consciencia modificado. Con dosis bajas pueden presentarse muchas resistencias de tipo psicológico, a veces inconscientes, en las que el individuo pretende interpretar a través de los esquemas de pensamiento habitual las manifestaciones psicodélicas, facilitando la aparición de miedo o ansiedad. En cualquier caso, siempre existe un margen de imprevisibilidad e incluso preparando la experiencia de forma concienzuda en cuanto a dosis, contexto, compañía y momento es posible que se manifiesten estados no deseados.

Este tipo de reacciones negativas pueden controlarse muchas veces sin necesidad de intervención especializada. Para proporcionar ayuda conviene hablar a la persona de una forma tranquila, calmada, empática… Un cierto grado de contacto físico (abrazar, sentar en el suelo, ayudar a controlar la respiración…) suele ser útil. Conviene recordarle que está bajo los efectos pasajeros de una sustancia y que no se va a volver loco. Orientarle en persona, espacio y tiempo (recordarle de forma constante quién es, dónde está y cuanto tiempo ha pasado desde que tomó la sustancia) también suele facilitar las cosas. Se debe escuchar a la persona e intentar razonar con ella, aunque sin ser impositivo, entrar en discusiones o dejarse arrastrar por sus razonamientos (éste último punto es importante sobre todo si la persona que presta la ayuda se encuentra también bajo los efectos del psicodélico). En general, suele ser útil animar a dejarse llevar por la experiencia y no a luchar contra ella, aunque es difícil dar una pauta de actuación general y cada caso concreto debe ser valorado con sentido común. Las personas que tienen alguna experiencia propia con psicodélicos y se hayan visto en este tipo de situación son las que con más facilidad podrán ofrecer este tipo de apoyo.

Si el malestar es significativamente grave y mantenido, existe riesgo para la salud propia, la de otros, si las circunstancias del entorno no permiten la ayuda psicológica o ésta no es eficaz, conviene buscar ayuda médica especializada. El tratamiento médico de estos episodios consiste en el aislamiento en un lugar que sea seguro para la persona y la administración de psicofármacos: las benzodiacepinas (diacepam, alprazolam, lorazepam…) son eficaces para reducir la ansiedad y el miedo pero no tienen efectos sobre las alucinaciones. Los antipsicóticos (haloperidol, risperidona…) son más selectivos y eficaces para el control de estos síntomas. Finalmente, señalar que algunos especialistas en el tratamiento de psicoterapia con psicodélicos no consideran que este tipo de experiencias sean negativas, sino que ponen la atención en el hecho de que pueden ser muy beneficiosas para la persona en la medida en que sea capaz de superarlas.
En cualquier caso, cuando se presenta una experiencia negativa de una intensidad moderada o grave durante un viaje con psicodélicos, conviene que la persona esté acompañada no sólo durante la experiencia, sino que reciba también atención durante los días siguientes. Es necesario verificar que la experiencia ha sido correctamente integrada y que las ideas, sentimientos, pensamientos o percepciones extrañas han desaparecido. Como se explica seguidamente, este tipo de episodios puede representar en ocasiones el debut de un trastorno psiquiátrico.

Se ha escrito mucho acerca de la relación entre el uso de drogas y la aparición de trastornos psiquiátricos. La relación entre unos y otros se ha estudiado desde hace décadas, siendo difícil distinguir entre lo que es investigación científica o epidemiológica de la simple propaganda antidroga. La idea de la “ruleta rusa” es un enfoque tan exagerado y simplista como lo sería considerar que los psicodélicos son siempre inocuos a nivel de salud mental.

En concreto, el uso de psicodélicos se ha relacionado con el desarrollo de esquizofrenia y otros tipos de psicosis. Los psicodélicos no son simples “psicotomiméticos” pero existen similitudes y relaciones entre sus mecanismos de acción farmacológicos y bioquímicos y algunos procesos que se detectan en estas enfermedades. Los efectos de la LSD y la psilocibina se producen por interacción con los receptores de serotonina 5HT-2A del cerebro. Resulta significativo que estos receptores tengan una concentración reducida y una configuración distinta en la parte frontal del cerebro de los pacientes esquizofrénicos.

Así, la cuestión fundamental es conocer en qué medida el uso de psilocibina o LSD puede facilitar el desarrollo de una psicosis persistente en el tiempo. En este sentido, los estudios más completos provienen de la investigación con LSD durante los años 60 y 70 del siglo pasado, aunque parece sensato que puedan ser extrapolados a la psilocibina. Cohen (1960) describe síntomas psicóticos de más de dos días de duración en el 0.08% de los 5000 voluntarios a los que se había administrado LSD en un periodo de 3 años. En este mismo estudio, los síntomas psicóticos post-LSD fueron más frecuentes (0,18%) en pacientes con diagnóstico previo de enfermedad mental. En otro estudio británico publicado en 1971, el psiquiatra N. Malleson señalaba una proporción de 0.9% de reacciones psiquiátricas graves y persistentes en una población de 4800 sujetos que habían recibido LSD.

Así, el desarrollo de un trastorno psicótico grave y persistente como consecuencia del uso de psilocibina parece una complicación posible pero poco frecuente. Las psicosis y la esquizofrenia se suelen explicar como el resultado de la acción de un factor desencadentante sobre una personalidad predispuesta. Se considera que determinados factores estresantes psicológicos (el divorcio de los padres, un desengaños sentimental, el Servicio Militar…) actúan como el detonante que desencadena una enfermedad en personas genéticamente predispuestas a desarrollarla. El elemento nuclear que define las psicosis es la “pérdida de contacto con la realidad” y en este sentido, la experiencia psicodélica puede afectar a la forma y al significado sobre cómo esta realidad se percibe, en ocasiones de forma dramática. Una integración incorrecta o insuficiente de la experiencia en una persona predispuesta puede ser el factor que desencadene un trastorno psiquiátrico.

También convendrá distinguir el trastorno psicótico crónico (entendido como una enfermedad o patrón de conducta desadaptativo) de aquellas otras situaciones en las que la experiencia puede ser difícil de digerir, dando lugar a distintos síntomas de tipo psicológico que remiten al cabo de un tiempo. Algunas personas pueden presentar inestabilidad emocional, ansiedad o sentimientos depresivos días o semanas después de una experiencia intensa. Estos sentimientos pueden estar relacionados en ocasiones con recuerdos o experiencias reprimidos que afloran durante el viaje y que pueden manejarse bien con ayuda psicológica. Intentar clasificar, reordenar o dar significado a toda la gran cantidad de información recibida durante una experiencia puede llevar también su tiempo, así como traer como consecuencia el que algunas personas puedan llegar a cambiar, en alguna medida, su escala de valores o sus planteamientos vitales.

Otra de las complicaciones atribuídas a los psicodélicos son los “flashbacks”. Un “flashback” consiste en la reexperimentación involuntaria de los efectos psicodélicos de un que aparecen días, semanas o meses después de haberlo consumido. La música, la literatura y sobre todo el cine han utilizado también con frecuencia la idea del “flashback”, en relación con sustancias alucinógenas (en películas de David Lynch o Stanley Kubrick, por ejemplo) o como simple recurso estilístico.

Este problema está reconocido en psiquiatría y se conoce con el nombre técnico de Trastorno Perceptivo Post Alucinógeno (TPPA). Los criterios que deben cumplirse para diagnosticar un TPPA se encuentran recogidos en el Manual de Clasificación internacional de Enfermedades Mentales DSM-IV. El diagnóstico de TPPA implica que estos efectos sean de una intensidad suficiente, que se presenten de forma espontánea sin estar bajo los efectos de una sustancia, que causen un malestar clínicamente significativo y que no puedan explicarse a través de otra enfermedad médica o psiquiátrica. En las personas que lo sufren, el TTPA puede presentarse durante años, lo que llega a afectar su calidad de vida de forma importante, sobre todo por el hecho de que el efecto pueda aparecer de forma espontánea en cualquier momento. Existen tratamientos farmacológicos (clonazepam, sertralina, naltrexona, paroxetina o clonidina) que mejoran los síntomas, aunque, curiosamente, otros psicofármacos (risperidona, olanzapina o clozapina) pueden empeorarlo.

Ahora bien, la frecuencia con la que aparece este trastorno (teniendo en cuenta los millones de dosis de alucinógenos consumidas en el mundo en los últimos cincuenta años) es ridícula. En 2003, los doctores Halpern y Pope publicaron en la revista Drug and Alcohol Dependence su estudio “Hallucinogen Persisting Perception Disorder: what do we know after 50 years?” en el que revisaban de forma minuciosa todos los artículos científicos publicados desde los años 40 al respecto. En palabras de los autores el trastorno es “real pero extraordinariamente infrecuente”, tras la confirmación de unas pocas decenas de casos que corresponden realmente a la enfermedad.

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