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Mantengan sus drogas alejadas de sus vaginas, por favor

Mantengan sus drogas alejadas de sus vaginas, por favor

Por Dr. Fernando Caudevilla

Una de las hipótesis que explica el vuelo de las brujas medievales en escobas sostiene que el uso intravaginal de compuestos psicoactivos daba lugar a estados alucinatorios que trasladaban a las hechiceras al Aquelarre para copular con el Demonio.


En un contexto social adecuado para ello, el uso de determinadas drogas aplicadas en forma de ungüento sobre la vagina sería el responsable del “vuelo de las brujas”.

Esta hipótesis no está completamente demostrada pero existen elementos para considerar que es al menos factible. Las pociones de las brujas incluían Atropa belladonaHyoscyamus nigerMandragora officinarum o Datura stramonium entre otras plantas, todas ellas ricas en alcaloides tropanos con efectos alucinógenos. Algunos de estos compuestos (particularmente la hioscina) pueden absorberse por vía mucosa y producir efectos psicoactivos potentes. Como argumento en contra podemos señalar que los efectos de estos compuestos no son muy placenteros a nivel mental (producen más delirios que alucinaciones) y pueden tener efectos físicos tóxicos de importancia. Por otra parte casi todos los medicamentos que se utilizan por vía vaginal tienen efectos únicamente a nivel local. Existen algunas excepciones, como los anillos vaginales anticonceptivos, pero la gran mayoría de preparados hormonales, antibióticos, antifungicos, corticoides y otros medicamentos que se administran a través de la vagina efectúan su acción únicamente a nivel local.

Sea como fuere la hipótesis ha adquirido popularidad, probablemente por mezclar dos elementos (el sexo y las drogas) que combinan morbo, tabú y misterio. Pero las leyendas sobre drogas que se administran por la vagina han persistido hasta nuestros días.

Una de las historias más recientes es la del “tampodka”. La leyenda urbana que sostiene que es posible emborracharse empapando tampones en vodka a través de la vagina se remonta a finales del siglo XX, aunque ha pervivido hasta nuestros días. Las adolescentes estarían adoptando esta “última moda” para evitar que sus padres detectaran que han bebido ya que no les olería el aliento y encima la borrachera les saldría más barata.

En España el último brote de histeria periodística fue provocado por un artículo científico publicado en la revista “Anales de Pediatría” en Diciembre de 2012 en el que se describía el fenómeno indicando como referencia los vídeos que los autores habían encontrado en YouTube. Si justificamos un artículo en una publicación científica según lo que se encuentra en Internet, también podríamos admitir que la Reina de Inglaterra es en realidad una criatura reptiliana venida de otro planeta o que Hitler vive en la luna, desde donde prepara una invasión con OVNIS nazis. Pero da lo mismo: los medios se hicieron eco de este artículo, en el que se presentaba la enésima última moda en drogas y adolescentes.

Si en lugar de YouTube los autores hubieran buscado en PubMed (base mundial de datos médicos de referencia en investigación) se habrían dado cuenta de que no existe un solo caso publicado en la literatura científica mundial. Si hubieran aplicado el sentido común y lo hubieran pensado cinco minutos, se habrían dado cuenta de que la cantidad máxima de alcohol que puede absorber un tampón es menor a la de una copa. O que un tampón es un dispositivo pensado para expandirse una vez que se coloca en un ambiente húmedo (el interior de la vagina) y su inserción después de haber sido sumergido es prácticamente imposible. Por no hablar de la irritación, el escozor y el edema que produciría un tampón impregnado en vodka. Pero al igual que sucede con las brujas que vuelan al Aquelarre, la combinación de una droga con un elemento sexual anula el sentido común de profesionales, investigadores, periodistas y la parte del público que se cree o se quiere creer estas leyendas urbanas.

En los últimos meses hemos tenido noticia de dos nuevas opciones para que las mujeres se introduzcan a través de la vagina y que se suman a los ungüentos de bruja o el vodka en tampones. Los lubricantes y los supositorios a base de cannabis son el último grito en drogas vaginales aunque su base racional es la misma que en el caso anterior.

Los lubricantes con cannabis producen, según su publicidad, “orgasmos de 15 minutos”. No queda muy claro quién, cómo y en qué condiciones ha cronometrado con precisión la duración de la experiencia erótica y si este maravilloso efecto es consecuencia únicamente de la composición de la crema o los elementos de tipo contextual (quien, como, cuando, donde…) tienen algo que ver. Se sugiere que el mecanismo de acción tiene que ver con los principios activos del cannabis ya que el lubricante “se absorbe rápidamente”, una idea bastante estúpida ya que el objetivo de un lubricante es precisamente el de lubricar. Y no existe un solo dato objetivo que sugiera que el cannabis puede administrarse por vía intravaginal y producir efectos de tipo local y mucho menos general.

Lo mismo puede decirse de los supositorios vaginales para aliviar el dolor menstrual. El cannabis tiene eficacia sobre el dolor de tipo neuropático (por afectación directa de los nervios) pero ni el mecanismo del dolor, ni la vía de administración ni la dosis de los supositorios sugiere el más mínimo efecto terapéutico. Aún más, la inserción de productos no estériles (como los tampones de los que hablábamos antes) o con capacidad alérgena dentro de la vagina está asociada al Síndrome de Shock Tóxico, que puede ser mortal.

Así que no se vayan a creer ustedes que los médicos del lobby antidroga tiene la exclusiva en meter la pata o difundir leyendas urbanas que mezclan drogas y vaginas. Lubricantes y supositorios con cannabis han sido asumidas por gran parte de la prensa y redes sociales cannábicas con la misma ingenuidad y falta de espíritu crítico que la prensa generalista asumió el “tampodka”. Con el agravante de que en este caso existe además un claro interés comercial. Así que la próxima vez que lean algo sobre “drogas” y “vaginas” piensen un poco antes de darle al click de “Me gusta”o “Compartir”.

Foto: Eleanor Beth Haswell

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