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Me llamo Sturla, y soy drogadicto

Me llamo Sturla, y soy drogadicto

Reproducimos a continuación, la intervención de Sturla Haugsgjerd, activista y periodista de Noruega, en las audiencias públicas realizadas con motivo de la pasada conferencia de la UNGASS, la Sesión Especial de las Naciones Unidas sobre Drogas.


El discurso se realizó vía streaming, enmarcado en las intervenciones públicas de profesionales y cooperantes en el campo de las drogas. El discurso no tiene desperdicio, y nos parece que Sturla Haugsgjerd ofrece un enfoque de la problemática de las drogas a nivel internacional muy interesante…

«Me llamo Sturla, y soy drogadicto. Por ser un adicto, no represento a la mayoría de personas que consume drogas. La gran mayoría de gente que usa drogas no sabe qué aspecto tiene el interior de un centro de rehabilitación: la mayoría de gente que consume drogas elije disfrutar de sustancias que alteran su mente, además del alcohol, sin necesitar nunca un tratamiento. Son doctores, abogados, políticos, dentistas y camioneros. No todos los consumidores de drogas lo hacen de forma compulsiva, del mismo modo que no todos los que disfrutan del alcohol son alcohólicos. Yo, por otra parte, soy visto por algunos como una persona enferma porque tomo drogas con mayor frecuencia, y sufro mayores consecuencias que la mayoría de personas como resultado de mi consumo. Otros me ven como un criminal.

En Indonesia, las autoridades me arrojarían a una celda y me torturarían. En Rusia, me negarían agujas limpias. En algunos países, como en mi Noruega natal, si tengo suerte puedo ser visto como un paciente, pero aún así me tratarían como un criminal – y en ocasiones me forzarían a recibir tratamiento bajo la amenaza de encarcelarme si no supero un test de drogas.

En México, estoy en un doble riesgo: como consumidor soy un indeseable, y como activista me ven como una amenaza al gobierno, que quiere mantener el status quo en su política de drogas. De todos modos, hoy soy feliz, aquí en Viena en esta audiencia de la UNGASS, me están ustedes viendo como yo me veo a mí mismo: no como un adicto, sino como un recurso, una ventaja.

Porque eso es lo que soy. De hecho, como consumidor habitual, tengo que tener recursos. Déjame en el centro de cualquier ciudad sin tarjeta de crédito y sin teléfono móvil, y seré capaz de aprovisionarme de drogas o de dinero para comprar drogas. No importa si estoy en Moscú o en Ciudad de México. Meta, marihuana o dinero. Lo conseguiré, sin importar cómo.

Ésa es la realidad diaria para entre 7.000 y 11.000 de mis compatriotas noruegos consumidores habituales en mi ciudad natal, y millones como nosotros en ciudades alrededor del planeta.

Incluso si somos perseguidos y acosados por la policía, estigmatizados y evitados durante la mayor parte de nuestro tiempo de vigilia, somos siempre capaces de obtener el mencionado dinero y drogas. Ese es en parte nuestro potencial. Sólo si los gobiernos supieran como enfocarlo.

De los 250 millones de personas que consumen drogas psicoactivas aparte del alcohol, aproximadamente el 10% o 25 millones de personas están, como yo, consumiendo regularmente a un grado tal que es percibido por algunos como una enfermedad.

De hecho, sólo esa pequeña minoría representa mil veces más gente que la mano de obra que se necesitó para construir la gran pirámide de Giza. Y no encontrarnos una ocupación mejor supone un enorme desperdicio de energía.

Yo me imagino un futuro en el que nuestra energía podría ser utilizada de otra forma. Todas las calorías que perdemos escapando de la policía, las horas en el calabozo, la capacidad intelectual que desperdiciamos en prepararnos para la próxima vez que tengamos que conseguir droga, podría emplearse en algo mucho mejor.

Abran un periódico cualquiera, cualquier día de la semana. Se darán cuenta inmediatamente que la comunidad global se enfrenta a múltiples desafíos. La guerra y el terror en Siria. La migración creciente. El calentamiento global. La crisis económica. La caída de los precios del petróleo. Incluso países pudientes como Noruega notan cada vez más la presión. Nos afecta a todos.

Los desafíos a los que nos enfrentamos son enormes. Y similares a los desafíos afrontados en otros tiempos y lugares a lo largo de la historia de la humanidad. La quiebra de Wall Street de 1929. Las guerras mundiales. Tal y como hicimos entonces, tenemos que aceptar que la Guerra contra las Drogas ha sido un completo fracaso, y necesitamos reclutar al mayor número posible de personas para solucionar los problemas manualmente. Durante la segunda guerra mundial, las mujeres norteamericanas tuvieron que contribuir a un nivel muy superior para que los Estados Unidos pudieran afrontar la lucha contra el fascismo. Esto, a su vez, aumentó el impulso de los movimientos de liberación de la mujer en todo el mundo.

Ahora es nuestro turno, el de los consumidores de drogas, para reclamar nuestros derechos. No sólo para recibir lo acorde según nuestras necesidades, sino también para contribuir de acuerdo a nuestras habilidades. Es por esto que decimos, “¡Nada sobre nosotros, sin nosotros!

Pero ya no creo que esto sea suficiente. En vez de eso, yo preferiría decir: “¡No sois nada sin nosotros!”.

Porque la raíz del problema es que no sólo representamos a los sin-techo, a los enfermos o a aquellos con consumos de drogas problemáticos; somos vuestros hijos, vuestros padres, vuestros hermanos y hermanas; os servimos la comida, construimos vuestras casas, somos profesores, empleados de oficina, gerentes y directores de arte. Algunos de nosotros posiblemente seamos políticos – oficiales de las Naciones Unidas sentados en esta misma sala, o incluso el próximo presidente de los Estados Unidos. El 90% de nosotros ni siquiera tiene un consumo problemático de drogas. Estamos por todas partes, y sin nosotros, la sociedad se detendría. A pesar de esto seguimos siendo tratados como seres humanos de segunda en muchos aspectos. ¿Por qué? Porque nos han criminalizado y estigmatizado por el simple hecho de inyectarnos, de esnifar una sustancia estupefaciente hacia el interior de nuestros propios cuerpos.

Como representante de este grupo, estoy muy contento de poder estar aquí en México con mis compañeros activistas, aunque al mismo tiempo me entristece no haber podido acudir a Viena con todos ustedes. Mis amigos mexicanos me han hablado sobre la difícil situación que afronta su país. Todavía intentan recuperarse de una guerra contra las drogas sin sentido que ha tenido el terrible resultado de 60.000 muertes violentas, incluyendo las muertes de civiles inocentes y niños.

Quizá podamos aprender de su experiencia en lo relativo a las drogas y la imposibilidad de combatirlas con prohibición y violencia. El fuego no apagará el fuego. La polarización de México ha dividido a la sociedad y los criminales organizados han cumplido sus objetivos: una sociedad débil en lugar de una masa unificada oponiéndose a los delitos. Esto genera el mejor caldo de cultivo, permitiendo que la corrupción se establezca hasta en el último rincón de la sociedad. Pero debemos recordar que las drogas no son el problema en sí mismas. El problema es la violencia que resulta por el beneficio que se genera con su monopolio. Mis queridos compañeros y compañeras mexicanos quieren acabar con esto. Están decididos en encontrar nuevas vías de combatir el crimen, pero sin reforzar la prohibición o el despliegue militar. En lugar de eso, quieren reconocer que cada individuo tiene el derecho de ejercer su linertad de elección y al mismo tiempo convivir en harmonía con el resto de la gente. Si hubiésemos explorado mejores opciones para regular el inmenso mercado de las drogas, como la legalización y la descriminalización, quizá los mexicanos hoy no estarían de luto por sus seres queridos.

La realidad aquí es simple: los cárteles de la droga quieren proteger su negocio a toda costa, incluso si eso supone asesinar a personas inocentes, y lo hacen con total impunidad porque tienen el dinero necesario para sobornar a los políticos. Los cárteles no temen a las armas. Lo que temen es una sociedad madura e inteligente. Empecemos a construirla. Y permitamos que los consumidores de drogas como yo y otra mucha gente que consume drogas de una u otra forma estén al frente del proceso de formación de ese tipo de sociedad.

Los desafíos que afrontamos para las décadas venideras son grandes, y si continuamos discriminando y exluyendo a personas que o bien disfrutan o luchan contra sustancias ilegales, nuestras sociedades seguirán financiando guerras contra nosotros mismos y no seremos capaces de afrontar los mencionados desafíos con el corazón. Nosotros –los usuarios de drogas- deberíamos formar parte de la construcción de un futuro sostenible. ¡Utilizadnos!

En los programas de los 12 pasos hay un dicho: “El valor terapéutico de un adicto ayudando a otro no tiene igual”. Pero estoy convencido de que la gente que consume drogas puede ayudarse la una a la otra, y ayudar a otros con necesidad. Aunque muchos de nosotros luchamos en nuestro día a día, eso no significa que seamos indiferentes, que no nos importe, ni significa que seamos incapaces de echar una mano a aquellos que lo necesiten.
Ya sean con las familias menos afortunadas que llegan a nuestros países en busca de una vida más digna para ellos, o los más mayores que no tienen a nadie con quien hablar, o los niños acosados en las escuelas por no tener la ropa que deberían tener, confío en que podemos ser de ayuda.

Déjennos mantener nuestros empleos, déjennos contribuir, y utilizar nuestras capacidades – si el trabajo que realizamos es bueno, ¿por qué la sustancia en nuestra sangre debería ser un impedimento?

En 1998, la última vez que las Naciones Unidas se reunieron acerca de las drogas, nos dijisteis “Un mundo libre de drogas. Podemos hacerlo”. Hemos pasado 20 años intentando explicar que eso no es posible. Os hemos escuchado, aunque sabíamos que os equivocabais. Ahora es el momento de devolvernos el favor y escuchar nuestras peticiones: ¡Drogas, podemos tomarlas! Y seguir siendo una parte integral de un mundo libre – precisamente porque vivimos en un mundo libre.

Necesitamos dejar de exigir a la gente que esté libre de drogas antes de ser admitidos en una sociedad como miembros de pleno derecho, y aceptar que algunos siempre sentirán la necesidad de alterar sus conciencias con sustancias.

Fuente: The Influence

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