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Siglos de amores y odios con respecto al cannabis en México

Siglos de amores y odios con respecto al cannabis en México

Isidro Marín Gutiérrez

Se cree que el cáñamo fue llevado a México por Pedro Cuadrado de Alcalá del Río, un conquistador del ejército de Cortés, cuando realizaba la segunda expedición a Nueva España. Cuadrado cultivó con bastante éxito. El gobernador finalmente le obligó a que limitara su producción en 1550. En 1532 el Gobernador Don Sebastián Ramírez de Fuenleal mandó sembrar semillas de cáñamo para desarrollo de una agricultura que era deficitaria entre los indígenas. Otros virreyes también fomentaron el cultivo de cáñamo, por sus múltiples aplicaciones, y llevaron labradores de España para instruir a los nativos.


En México se conoció la aplicación medicinal del cannabis, pues en 1712, Juan de Esteyneffer, un jesuita, en su “Florilegio medicinal de todas las enfermedades” le asigna propiedades contra algunos padecimientos. Afirmaba que las semillas de cáñamo se usaban en horchata contra la gonorrea. En el siglo XVIII, los jesuitas difundieron el uso medicinal del cáñamo en el noroeste de México. José Antonio Alzate (1737 – 1799), que en 1772 escribió Memoria sobre el uso que hacen los indios de los pipiltzintzintlis (marihuana) alabando el efecto tranquilizador de esta planta para sus usos contra el dolor muscular y de muelas. Escribió en su periódico Asuntos Varios, oponiéndose a las medidas de la Iglesia que lo tomaba como algo pagano. Algo que el propio José Antonio tildó de infructuoso y negativo, porque su consumo era parte del folclore mexicano desde mediados del siglo XVI.

Así llegamos al siglo XIX en donde el gobernador de Colima, Francisco Ponce, pretendió prohibir el cultivo de marihuana, a lo cual se opuso el dictador Antonio López de Santa Anna. Es importante señalar que tanto liberales como conservadores eran prohibicionistas y despreciaban a sus consumidores, los “léperos”, por considerarlos una clase peligrosa. En la prensa del momento van a ir apareciendo artículos de los consumidores de marihuana (asesinos, locos, violadores, prostitutas y gentes sin moral alguna). De esta época a mediados del siglo XIX aparece la institucionalización del estereotipo negativo del marihuanero en la Cárcel de Belén. Era la “escuela de vicio” por antonomasia donde se toleraba el contrabando de marihuana.

A comienzos del siglo XX aparecen en la cultura popular mexicana Don Chepito Marihuano, creado por José Guadalupe Posada en 1903. En donde se comprueba la fama del cannabis en la sociedad de doble moral que aplicaba políticas autoritarias de salud basadas en criterios racistas.

José Victoriano Huerta Márquez tomó el poder y su gobierno fue un desastre (1913-1914). El rechazo al usurpador aumenta al identificarlo con el corrido “La Cucaracha”, no sólo por la afición de Huerta a la yerba, sino por su parecido con ese insecto. Se convirtió en un himno nacional, «La cucaracha ya no puede caminar / porque le falta/ porque no tiene/ mariguana que fumar».

En 1915, el partido de los carrancistas prohibió la marihuana y ratificaron esta medida en la Constitución de 1917. La raíz carrancista de la prohibición de las drogas es clara desde las discusiones del Congreso de Querétaro en 1917. El 18 de enero, el doctor José María Rodríguez, médico de Venustiano Carranza, habló frente a los diputados del Congreso Constituyente para pedir atribuciones «despóticas» para emprender un programa de saneamiento social que erradicara la suciedad, el alcohol y las drogas de México. El general Rodríguez pidió a los diputados de que la salubridad de la nueva nación mexicana dependiera de un Departamento de Salubridad General de la República. Este departamento sólo respondería al presidente y a nadie más.

Su argumento se fundamentaba en la idea de que se necesitaba mejorar la higiene de la nación a estándares estadunidenses y europeos. Las enfermedades causadas por la falta de higiene, el alcoholismo, las drogas “heroicas” y la pobreza habían debilitado a México. Sus ideas mostraban racismo contra los indígenas.

Basado en estadísticas falsas afirmó que la Ciudad de México era la más mortífera del mundo, incluso más que París, Viena y Berlín juntas, por los crímenes que bajo el influjo del pulque cometían «nuestros ebrios consuetudinarios y nuestro pueblo bajo». «¡Allí tenéis, señores, a los niños destetados con pulque, que crecen y mal se desarrollan embriagados consuetudinariamente, convirtiéndose después en progenitores alcohólicos, engendrando hijos degenerados y de inteligencia obtusa, indiferentes para las cuestiones sociales y políticas, y sujetos a propósito, con su materia prima admirablemente dispuesta para la criminalidad y medio de cultivo maravilloso para el desarrollo de cuanto microorganismo desarrolló la naturaleza!». Al día siguiente leyó su propuesta concreta de redacción de la adición. Incluyó la idea de que las regulaciones y acciones contra la «venta de sustancias, envenenan la raza». En su lista de estas sustancias incluyó el opio, la morfina, el éter, la cocaína y la marihuana. Proponía que la autoridad sanitaria limitara la «libertad comercial de todos estos productos». El diputado David Pastrana Jaimes, que representaba a Puebla, fue el único en hablar en contra. El argumento de Pastrana era razonable pero bastó la burla de Rodríguez para que no surtiera efecto alguno en la Asamblea Constituyente. Pero el país estaba lleno de políticos y policías que continuaron con el contrabando. En 1920, Venustiano Carranza ratificó la prohibición de la substancia. En los años veinte Diego Rivera y otros intelectuales intentaron en 1922 despenalizar el comercio de cannabis pero no lo consiguieron. Los poetas Xavier Villaurrutia y Salvador Novo crearon la cultura de las azoteas en la ciudad de México, para fumar cannabis.

En febrero de 1937 en que el general Lázaro Cárdenas la despenalizó pero duró poco. Ante el panorama represivo destaca el intento del doctor Leopoldo Salazar Viniegra, en 1939, por descriminalizar el consumo y tratar a los adictos como enfermos y no como delincuentes. La tolerancia a las drogas duró sólo 6 meses, ya que debido a las presiones de Estados Unidos se restableció la prohibición. El interludio fue del 17 de febrero al 7 de junio de 1940, cuando México legalizó las drogas, lo que desató la ira de quienes traficaban con los estupefacientes en el país como fue el caso de María Dolores Estévez Zuleta, conocida como Lola la Chata (1906-1959) una de las traficantes más conocidas de México. El 17 de febrero de 1940 el gobierno de Lázaro Cárdenas publicó un nuevo Reglamento Federal de Toxicomanías del Departamento de Salubridad Pública, en el Diario Oficial.

El diputado Rubén Martí, del Estado de México, habló a favor de la iniciativa. Dijo que la lucha contra el alcoholismo era más necesaria que repartir tierras. El proyecto de Rodríguez fue aceptado con 143 votos a favor y sólo tres en contra. Sin embargo, al no aprobarse los departamentos administrativos, se creó como Consejo General de Salubridad. De él dependería el Departamento de Salubridad, que se encargó de perseguir el tráfico de drogas en México hasta 1947, cuando el tema pasó de salubridad a uno policial.

Los medios de comunicación celebraron la iniciativa en editoriales entusiastas por la medida vanguardista. En el editorial principal de El Universal, aplaudieron la política con estas palabras el 23 de marzo de 1940:

El toxicómano no es un delincuente, como no lo es el alcohólico. Atraerlo, en vez de perseguirlo; registrarlo y someterlo a un tratamiento médico y psicológico (…) constituirá fundamental medio de combatir la toxicomanía. De igual modo (…) la mejor manera de inhabilitar al traficante, sobre perseguirle y castigarle, será compitiéndole el precio de la mercancía”.

Por esas mismas fechas, Estados Unidos suspendió la exportación de sustancias para fines médicos a México. El gobierno mexicano entabló conversaciones diplomáticas, pero las autoridades estadounidenses se mostraron intransigentes. El 7 de junio de 1940 Lázaro Cárdenas suspendió el reglamento. El Diario Oficial del 3 de julio decía que «con motivo de la guerra actual se ha dificultado grandemente la adquisición de drogas, ya que de los laboratorios de los países europeos es de donde directa o indirectamente se ha venido abasteciendo el Departamento de Salubridad Pública, por lo que mientras dure la guerra europea, el expresado Departamento se encuentra con la imposibilidad de poder cumplir con el reglamento de que se trata».

Así el Departamento de Salud empezó a mostrarse más abiertos a operativos policiacos agresivos. Los médicos resistieron el embate de la visión policiaca hasta 1947, cuando se dejó de hablar de la “toxicomanía” para comenzar a hablar de “farmacodependencia», la «drogadicción» y el «narcotráfico».

En los años sesenta y setenta la guerra de las drogas aumentó. Los consumidores iban en contra del «establishment». En contra de su uso abonaban los estereotipos del “pacheco” (cannabis) asociado al delito, la vagancia, y cuyos efectos no eran sólo personales sino colectivos: degeneraban la raza, producían impotencia, esquizofrenia, crímenes atroces. A la marihuana se le ve como «puerta» para drogas más fuertes, una adicción y una enfermedad.

El sociólogo Juan Pablo García Vallejo escribió en 1985 que “Los mejores placeres suelen ser verdes» en su Manifiesto Pacheco (así es como se dice a lo cannábico en México). Este texto él mismo imprimía y distribuía en todas las reuniones para discutir la legalización de la marihuana. Este Manifiesto empezaba con una declaración de principios: «No hay peor marihuana que la que no se fuma» o «El uso de la hierba debe ser un acto de libre conciencia». Por todo México este Manifiesto Pacheco fue leído y comentado durante tres décadas en una mezcla de incredulidad y suspiros por un futuro que nunca llegaba a alcanzarse.

Es hasta el año 2001 que el Manifiesto Pacheco pasa a la manifestación. Con una convocatoria en la Alameda de la Ciudad de México congrega a más de 2.000 personas que reivindicaban la libertad individual de «ponerse» y señalaban en sus carteles el núcleo libertario de la elección personal: «No queremos que nos protejan de nosotros mismos». Convocada por la Asociación Mexicana de Estudios de la Cannabis. El acto de libertad era fumarse porros en la vía pública.

El 5 de mayo de 2007 las revistas La GuillotinaGeneraciónLa Tinta SueltaYerba Libre y Cannábica propusieron una concentración cannábica con la idea de permitir el cultivo de los propios consumidores. Fueron más de 5.000 personas en el parque México que pidieron una solución para algo que no puede ser votado en un referéndum ni decidido por los partidos. Se inauguró la «Biblioteca de las Drogas» que lleva por nombre el de Amalia González Caballero, una sufragista de los años cincuenta que exigió el derecho a la intoxicación. Una pancarta sintetizaba el nuevo relativismo democrático: «Yo fumo mota. Tú bebes alcohol. Ella ve televisión. ¿Quién se está evadiendo?». Los usuarios ya no son vagabundos con el cerebro desquiciado sino profesionistas funcionales. Ya no es un «problema de salud pública», sino un estilo de vida. Como decía una de las pancartas en una de las últimas manifestaciones cannábicas: «Mi libertad no es un delito».

El 4 de noviembre del 2015 el amparo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) concedió a cuatro personas su derecho a portar y consumir marihuana. Esto abrió la puerta a la legalización de la marihuana, pero aún hay una agenda enorme tanto en el ámbito legislativo como en las políticas públicas y en las perspectivas culturales frente al fenómeno. La decisión de la Corte respecto del cultivo y el consumo es una victoria cultural. Pero no es la legalización. Eso sólo se logrará si México sale de los tratados internacionales de control y prohibiciones. Hay que insistir en que la idea es el cultivo compartido; la constitución de asociaciones civiles, tipo clubes, con membresías. Que sea una iniciativa de usuarios, sin intermediarios. Este amparo dio un consenso generalizado sobre la necesidad de llevar la legalización a debate.

Para 2017 se aprobó el derecho al uso de marihuana medicinal en la Ciudad de México. La Asamblea Constituyente de la Ciudad de México (CDMX) aprobó la inclusión del consumo de cannabis medicinal en la Constitución de la capital mexicana. Pero el derecho a cultivar y portar marihuana para uso lúdico por ahora se ha rechazado.

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