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Cuando un vídeo te puede costar la vida

Cuando un vídeo te puede costar la vida

Por Drogoteca

Hace apenas unas horas se ha conocido el contenido que Leni RobredoVicepresidenta de Filipinas a día de hoy, ha dejado grabado en un vídeo para que sea emitido el jueves 16 de marzo en un evento bajo auspicio de la ONU. He visto las primeras noticias que se hacían eco de su pública oposición a la “guerra contra las drogas en Filipinas” a manos de su actual presidente, el asesino Duterte. Por supuesto, lo primero que salta a la vista es que no parece normal que un vicepresidente se oponga frontalmente a otro, lo haga patente de forma pública y -por si fuera poco- en la reunión anual de Naciones Unidas.


Esa rareza se debe a que el sistema de elección de cargos en Filipinas no es igual que el nuestro, y la elección de la vicepresidencia no recae en manos del presidente electo sino que sigue un proceso separado, por el que puede verse como una elección de una fuerza opuesta a la dominante como parece ser el caso actual. De no ser así, dudo que nunca hubiéramos llegado a ver un vídeo así.

¿Por qué es tan relevante el vídeo?

Expliquemos quién es quién en esta historia y dónde está sucediendo para aquellos que no conozca aún la dramática situación que esconde lo que, en apariencia, es un vídeo sin especial interés dentro de otros muchos del mismo estilo. Filipinas, un país insular que fue colonia de España durante algunos siglos, tiene como actual presidente a Rodrigo Duterte. Para los que tengáis el gusto de no conocerle, os vamos a dar el disgusto de explicaros que es un tipo que tras estudiar derecho y ciencias políticas, trabajó como como fiscal de Davao que es una ciudad altamente urbanizada en la isla de Mindanao. De ahí pasó a ocupar la vicealcaldía y posteriormente la alcaldía de Davao, lo que le tuvo 23 años al frente de la ciudad para dejarla, finalmente, en manos de su propia hija.

En Davao pudo dar rienda suelta a sus peores perversiones, como montar cuadrillas de asesinos que se encargaban de darle el pasaporte a todo tipo de personas, desde opositores políticos a simples niños de la calle. De hecho, Duterte nunca se ha escondido de estas cuestiones, y ha reconocido públicamente haber salido a cazar seres humanos para enseñar a la policía bajo su mando “cómo debía hacerse” y mostrarles que, si el propio alcalde podía matar a alguien ante ellos, ellos podían también hacerlo tal y como les pedía su alcalde. Sí, como suena, tenemos en este punto un alcalde que reconoce haber cometido asesinatos y haber aleccionado a otros bajo su mando para cometerlos.

Estas declaraciones no las hizo en secreto, ni fue grabado sin su consentimiento o conocimiento, en la misma onda y en completa sintonía Duterte y Hitler y las repitió con aleccionadores ejemplos, citando a personajes como Hitler entre sus personales fetiches políticos con los que inspiraba su lucha política, y en este caso su lucha armada contra “los usuario de drogas”, indicando que a él le gustaría matar millones de usuarios de drogas. Uno mataba judíos mientras el otro mata usuarios de drogas, pero se sienten en la misma onda y en completa sintonía Duterte y Hitler. La comparación no la pongo yo, sino que la acepta él mismo y se propone para ser “el Hitler de Filipinas”.

A estas alturas, el lector ya se hará una idea del angelito que es el asesino Duterte, pero hay más. Con un discurso totalmente populista y una puesta en escena que recuerda tristemente a la que tiene Donal Trump, Duterte llegó en el año 2016 a la presidencia de Filipinas. Su gran promesa electoral era que mataría millones de adictos y delincuentes. Como suena. A continuación siguió una estigmatización absoluta de la pobreza y su contexto, por medio del concepto de “guerra contra las drogas” en la que el filipino medio -como el usano medio en vista de la victoria de Trump- identificó engañadamente las causas de su descontento con el chivo expiatorio que le ofrecía Duterte: las áreas con chabolismo, marginalidad y una pobreza extrema junto con los seres humanos que allí tienen la desgracia de vivir. Y muchos aceptaron el trato: Duterte ganó y la cacería humana empezó en Filipinas, como la había llevado en Davao durante más de dos décadas montando “escuadrones de la muerte” con las fuerzas de la policía y convirtiendo el asesinato impune en una moneda común, para ciudadanos y rivales.

A día de hoy, se considera que -desde el inicio de la presidencia de Duterte en el país- han muerto ya 7.000 personas tiroteadas sin juicio, y que en su mayoría eran presuntos usuarios de drogas, presuntos camellos de bajo nivel, y un sorprendente número de “niños de calle”. Las cifras no mienten, y el asunto empieza a cobrar proporciones de genocidio e intenciones “eugenésicas” que bien nos recuerdan a la Alemania Nazi, en manos de un Hitler que era apoyado -urnas mediante- por el propio pueblo alemán. No contento con esto, Duterte anunció que quería 10 veces más muertos, que el ritmo le parecía poco e incluso animó a que el propio pueblo -no ya los escuadrones de la muerte organizados bajo su control- pudiera matar a cualquiera que “tuviera que ver con drogas”, la consumiera o la vendiera. Incluso planteó que dichos asesinatos a manos de ciudadanos, tuvieran recompensas económicas, entendemos que por el ahorro de trabajo que le suponían a la policía eso de abrir una “subcontrata para los asesinatos extrajudiciales”.

¿Tener un asesino al mando de una serie de islas -llamadas Filipinas- es un problema para el mundo?

No debe serlo, ya que los llamamientos de auxilio se suceden en todo tipo de medios y reportajes que narran el drama de una población que está siendo masacrada por aquellos que tenían que cuidarles, y no parece que pase nada. De hecho, el asesino Duterte debió verse satisfecho con la victoria de su “mellizo americano” Donald Trump, ya que esté le dijo en una llamada telefónica que “no había problema alguno con su guerra contra las drogas y que lo estaba haciendo muy bien”. Tampoco esto fue ningún secreto, sino que el propio Durterte lo contó públicamente y por supuesto, Trump, nunca dijo que no fuera cierto lo que el presidente de Filipinas narraba con alegría: a él le gusta matar y a Trump le parece bien.

La cosa no quedó aquí, sino que aparte de sus planes de ampliación de su particular genocidio nos ha servido dos perlas más: quiere reimplantar la pena de murte en Filipinas y bajar la edad penal a los 9 años de edad. Semejante abominación legal podría poner a niños ante un pelotón de ejecución porque, de facto, los niños (de la pobreza) ya están siendo ejecutados en las calles.

¿Y todo esto no iba sobre un vídeo?

Sí, va sobre un vídeo que Leni Robledo-Vicepreisdenta de Filipinas graba en el mes de febrero para que sea publicado hoy día 16 de marzo. Un vídeo que -para quien entiende la compleja situación descrita- resulta una llamada desesperada de auxilio, tanto por la dura elección de los términos que emplea como por la ocasión para la que fue realizado (un evento ONU sobre “Derechos Humanos”) que le asegura una repercusión suficiente, además de por ser la propia vicepresidencia del país la que se opone frontalmente al presidente del país.

En el vídeo, que puede ser visto (en inglés con opción de subtítulos automáticos), Leni Robredo relata la situación en Filipinas con una serie de hechos -no opiniones- que son una denuncia viva de carácter humanitario, como lo pudieron ser los llamamientos de atención y ayuda por parte de los judíos ante la ola de antisemitismo que condujo a la victoria de Hitler y al posterior holocausto. Lo que narra, en boca de una vicepresidenta en mensaje a Naciones Unidas, es un acto de defensa de los derechos humanos básicos, pero al mismo tiempo es una afrenta pública a un asesino con poder desmesurado como es Duterte que le puede costar la vida a ella o a cualquiera de sus familiares como represalia.

En el vídeo comienza admitiendo -sin rubor -que el tema de las “ejecuciones extrajudiciales” es candente y que por suerte los defensores de los DDHH están volviendo su vista a Filipinas, lo que les da ánimo. Pasa a reconocer “ejecuciones sumarias [sin juicio] en más de 7.000 personas en el último año” y a hacer una abierta defensa del derecho de los ciudadanos a caminar a la luz del día o de la noche, sin temer por sus vidas, en asesinatos fuera de todo marco legal.

El problema del abuso de drogas no puede ser tratado como algo que se resuelve a balazos, sino como lo que realmente es: un problema complejo de salud pública que está íntimamente ligado con la pobreza y la desigualdad social”, afirma valiente ante la cámara. Narra a continuación cómo la policía toma comunidades completas a las que mete en “juzgados improvisados en canchas de baloncesto, separando a hombres y mujeres y forzando a aquellos que tienen tatuajes a registros y todo tipo de pruebas”. Cuando estas víctimas piden el amparo de la ley -como exigir una orden de registro o la prueba de algún delito- son castigados y apaleados mientras se les dice que no tienen semejantes derechos por vivir en casas que no les pertenecen.

No contentos con estos métodos de actuación, Leni Robredo nos abre los ojos ante una práctica aterradora para la población, conocida como “Palit-ulo” y cuya traducción literal es “intercambio de cabezas” y por la cual si no aparece el sospechoso que buscan, se llevan a otro miembro de la familia preso (lo que en Filipinas hoy quiere decir que puede que jamás se le vuelva a ver vivo). Eso ha hecho que cuando los estratos más pobres son víctimas de crímenes, no acudan a la policía porque eso resulta equivalente a pedir ayuda a su enemigo, con el brutal deterioro de su calidad de vida y derechos.

No puedes matar a los adictos y declarar que has terminado con el problema” argumenta Leni Robredo a un Duterte que no tenía problema en decir en una entrevista internacional que “terminaría su guerra contra las drogas cuando hubiera caído muerto el último”. “La solución pasa por el diseño de una correcta educación y las formas apropiadas de intervención psico-social con usuarios” y hace un llamamiento también para que se establezcan formas de asistencia, legal y psicológica, a aquellos que han sido víctimas de los asesinatos extrajudiciales que asolan el país, de mano de su criminal presidente.

Nuestros líderes deben ser sinceros en cuanto al alcance, métodos y el fin de la guerra contra las drogas y enfrentar la guerra contra la pobreza que es el auténtico problema” dice Leni antes de cerrar una clara defensa de los derechos del individuo: “No permitamos que las mentiras distorsionen la verdad. Pedimos a los filipinos que se resistan y defiendan ante estas incursiones contra sus derechos. Nuestro pueblo ha luchado mucho por su libertad y derechos. La nación de Filipinas ha llegado muy lejos desde nuestro pasado más oscuro: no vamos a rendirnos ahora.

El valiente y honesto mensaje de Leni Robredo la sitúa claramente bajo el objetivo de un personaje como Duterte, que no duda en matar para conseguir sus fines. Sólo espero no tener que leer la noticia de su muerte, o de la de alguno de sus seres queridos dada esa política de “Palit-ulo”, en las futuras  noticias que lleguen del país.

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