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Ave María

Ave María

por Óscar Garabé.

Hay urbes enormes, unas son para vivir y otras para sobrevivir, quién tuviera dinero para visitarlas todas. Entre ellas está Ciudad de México, que siempre me ha dado miedo, me impone su inmensidad. Al descender el avión ves un océano de casas y rascacielos mezclados con chabolas y viviendas de cartón, pareciera que te vas a estrellar contra ellas; y toda esta mezcolanza la encuentras bien aliñada con miles de coches, smog ácido, mucho ruido y un sospechoso cielo nublado sin nubes.


Pero lo que más me impresiona es ver en la pantalla de la cabina de pasajeros que aterrizamos justo a los 2,222 metros de altura a nivel del mar, entonces me empieza una taquicardia que no se me quita con nada, así pasen meses, hasta que no me largo de regreso a mi pueblo bicicletero. Se lo comenté a mis vecinos de viaje, volaba sentado entre un señor y una señora. Él me aconsejó ir a rezar a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe y que me comprara un escapulario especial para taquicardias que su coste rondaría los 1,000 pesos, 50€ aproximadamente, y 99 ave marías de rodillas para garantizar su buen efecto. 

Ella me recomendó que fuera al Mercado de Sonora, conocido por sus connotaciones con la santería, la brujería y artilugios para venerar a Mefistófeles y a La Santa Muerte, y que ahí buscará unas pastillas hechas con varios ingredientes entre los que contaba, me rogó que no me escandalizara, con una pequeñísima porción de marihuana. Encontrarlas no me sería difícil puesto que cualquiera de los dueños de los puestos me daría razón inmediata gracias a su venta tan común, y milenaria. No es de extrañar que una cultura, la azteca, que ha sobrevivido entre las calles del D.F. (y que ha conseguido pócimas para ocasionar, en situaciones ritualistas, que un hombre muera eyaculando hasta desangrarse casi por completo y que una mujer tenga espasmos hasta casi excretar útero, trompas y demás entrañas a base de contracciones orgásmicas), logre y maneje unas no ofensivas, sino al contrario, curativas, píldoras paliativas de los citados males del alma y su cuerpo. Cabe destacar que de aquéllas dos tisanas religiosas, ninguna repetía ni un sólo ingrediente, según cuentan las buenas lenguas.

Pues bien, el Mercado de Sonora, es abrumante de tantos potingues, hierbas y mejunjes que tiene para todo tipo de dolencias, tanto físicas, psíquicas  y mentales. Puedes hallar desde filtros de amor (hechos, en su mayoría, a base de la ropa íntima genital del ser amado, te lo preparan en un periquete y lo tienes que dejar fermentar por días antes de su aplicación); Espantasuegras (caramelos causantes de ansiedad a base de cafeína, su nombre indica el uso y el sujeto); Manojos de Toloache (Datura ferox, alienante que proviene de las hojas que nacen de la raíz del “humito” usado por don Juan Matus en sus enseñanzas, y según cuentan, es lo que le dieron las sirvientas del Castillo de Chapultepec a doña Carlota, la emperatriz impuesta a México por Napoleón Tercero “El Pequeño”, allá por el año de gracia, o desgracia, de 1862, y que, debido a las infusiones, terminó loca y mugiendo, llorando y gritando, entre los pasillos del Vaticano); Grasa de muerto para dermopatías (no debe de ser obeso el difunto y mucho menos gordo mórbido, se ve que la  manteca ocasionada por Mcdonalds es mala en todas sus presentaciones); y un sinfín más de bálsamos y entuertos que me encantaría seguir enumerando pero el espacio sería mayor al que requeriría el ir ‘En busca del tiempo perdido’, encontrarlo y meterlo en siete libros.

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Ya que estaba ahí, en el Mercado de Sonora, el señor que me atendía, un indio enjuto, correoso y críptico, con complejo de chamán como casi todos a 100 metros a la redonda, me diagnosticó, o casi lo adivinó por mi forma de andar, que sufría también de mis huesos; entonces me recetó una pomada para las reumas: el Mariguanol. Este contiene grasas varias, eucalipto y un poquitín de tetrahidrocannabinol; también dicen que lleva, pero es falso, alguna parte de sustancias extraídas del peyote. Su efecto es casi inmediato, no te das cuenta de lo que sufres hasta que te untas de ella. Le compré solo 6 tarros, debido a que no había más en la tiendita y me agencié otros tantos frascos de pastillas del mismo nombre.

Esto me llevó a recordar mis días de adolescencia en el desierto del norte de México, días en que cada uno de los fumadores de maría cultivaba su propia mata en algún lugar secreto del campo, en algún barranco o entre los matorrales mismos al lado del camino; eso sí, nunca en casa, porque decían que perdía muchos de sus poderes y se contaminaba con los humores y males familiares, por no hablar de la fritanga y sudores cotidianos. Así eran de supersticiosos, y lo siguen siendo. Todas y cada una de las hojas recogidas eran para uso personal y nunca pasaba por la cabeza el darles un fin lucrativo. Además compartían lo que recolectaban, aparte de con los amigos, con algún policía o soldado o agente de tránsito, y no con afán de extorsionarlos porque también recuerdo algún bombero y a toda índole de oficinistas metidos en el ajo. Lo hacían para festejar la buena o mala cosecha. Eso sí, siempre guardaban una buena porción, casi por exigencia dolorosa, para las abuelas, porque lo usaban para darse friegas mezclándola con alcohol y clavo, remedio antiquísimo usado en todo el mundo. Y nunca, nadie, dijo, nada.

Y ahora vienen con que el Congreso de la Nación ratifica la legalización del uso de la marihuana con fines medicinales en México, y aunque lejana, pero se ve posible también la legalización de su uso lúdico, esperemos. “Con esta propuesta se suprime la prohibición contenida en la Ley General de Salud, para la siembra, cosecha, cultivo, elaboración, preparación, acondicionamiento, adquisición, posesión, comercio, transporte, prescripción médica, suministro, empleo, uso, consumo y en general todo acto relacionado con el Tetrahidrocannabinol, exclusivamente cuando dichas conductas se realicen con fines científicos y médicos”.

Esta reforma ha sido promovida en gran parte por Francisco Salvador López Brito, que por extraño que parezca, se da la suerte que coincide el puesto político con la profesión del elegido, ya haya sido a dedo, por espaldarazo, a pucherazo o por urna. Este señor, galeno de profesión,  lleva décadas luchando por alcanzar logros sociales, y ha conseguido, directa e indirectamente, planes de seguridad médica y pensionaria para casi 50 millones de mexicanos. Senador por el estado de la fértil y verde Sinaloa, zona indiscutible de narcos. Es de derechas, perteneciente al conservador partido del PAN (partido acción nacional, curiosamente fundado en sus orígenes por Manuel Gómez Morín, excombatiente del bando de Pancho Villa, populista recalcitrante). Si no simpatizo con López Brito, al menos no lo demonizo, que ya es mucho. Pero hay que recalcar que es médico, y se ha dejado la piel en ello, y siempre ha llevado propuestas, quejas y demandas al congreso que afectan positivamente al pueblo llano, entre otras, la de la legalización del uso de la marihuana con fines medicinales; propuesta que casi le fue plagiada por Peña Nieto, presidente de algunos mexicanos.

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Bien, pero ¿quién se va a hacer cargo del desarrollo de los productos en su base experimental y la producción? Si la industria farmacéutica mexicana, en su fase de investigación, es un caos por no decir una derrota, por mucho que quieran aparentar lo contrario. Puedes encontrar informes de glorias pasadas y algunos avances sobre el cáncer, el mal de Parkinson, o el Alzheimer, o lustros en que se ha maquilado millones de pesos que se van fuera del país por ser las inversiones bases de origen extranjero. Los pocos investigadores sobreviven por la gracia de donativos y milagros (cabe aclarar que entre sus filas está don Mario Molina, premio Nobel de química en 1995, apreciando que todos sus éxitos fueron gracias a fondos de universidades europeas y estadounidenses). Está industria, la farmacéutica mexicana, tuvo un auge de 1917 a 1940, en ese tiempo gozaba de un gran proteccionismo por parte del gobierno y de la inversión privada pero a la vez convivía con un gran porcentaje de empresas extranjeras. A partir del término de la segunda guerra mundial todas estas políticas cambiaron y solo hubo apoyo para los inversionistas foráneos.

Hay advertencias que nos dicen que ya existen compañías norteamericanas interesadas en el mercado mexicano, pero dejan claro que el actual marco jurídico tiene muchas restricciones que ponen en duda el funcionamiento del negocio, que es lo único que les interesa. Esto es por lo pronto, porque en cuanto cualquier centro de poder mundial, regional o nacional mueva un dedito, las leyes mexicanas cambiarán ipso facto y todo el congreso votará a favor o en contra, gracias a los cuantiosos sobornos que reciban cada uno de sus miembros, como en el caso de la reforma energética que llevó a la alza desmesurada del precio de la gasolina de uso doméstico nacional, y no a la de exportación, y que dio como consecuencia, en enero de 2017, el famoso gasolinazo que causó grandes manifestaciones y varias muertes inútiles. Si el Congreso ha accedido a esta ratificación es porque hay, nada nuevo, intereses económicos a varias bandas. Estos señores “nunca dan un paso sin huarache”, o lo que es lo mismo: “nunca dan puntada sin hilo”.

El narcotráfico mexicano, por lo menos en dos ocasiones, se ha atrevido a ofrecer el monto total de la deuda externa del país, en voces de Rafael Caro Quintero y de Joaquín “el Chapo” Guzmán, y aunque la propuesta suene cómica, le hizo ilusión a muchos mexicanos; el soñar es gratis. Todo este gigantesco emporio, tristemente dantesco y patéticamente nacional, quedará por completo en manos de capos extranjeros, cosa que siempre ha sido así en gran proporción desde sus orígenes; y la investigación científica y sus bienes monetarios en manos de trasnacionales como HempMeds o la paleolítica Bayer. No es nada para extrañarse puesto que lo mismo ha pasado anteriormente con la minería e industria siderúrgica mexicana y su mano de obra, paupérrima y riesgosa a más no poder, que está en poder de empresas canadienses; el petróleo en todos sus procesos, desde la extracción, refinamiento, distribución y el manejo de sus valores económicos en bolsa y recurso de presión político-regional, que al día de hoy está en dominio de firmas estadounidenses y europeas; y para cerrar con broche de oro: el Himno nacional mexicano que pertenece a la editora estadounidense Wagner & Lieben desde principios del siglo pasado y que, en más de una ocasión, ha estado en peligro de perderse y no poder tocarse ni cantarse a corazón abierto, a menos de pagar multas millonarias por no cubrir los derechos de autor correspondientes a tiempo, puédase creer.

Soy ateo de formación jesuita, y aunque no soy católico, solo me queda orar un ave “maría purísima” para que me haga buen efecto el Mariguanol.

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