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CANNABIS Y ENFERMEDAD MENTAL: ¿EL HUEVO O LA GALLINA?

CANNABIS Y ENFERMEDAD MENTAL: ¿EL HUEVO O LA GALLINA?

Por Dr. Fernando Caudevilla

En esta nueva serie de artículos analizaremos con detalle aspectos que tienen que ver con el cannabis y los problemas de Salud Mental


Dedicaremos esta primera entrega a explicar las diferencias entre “relación” y “causa”. No se trata de aspectos metafísico-filosóficos, sino uno de los problemas fundamentales al abordar este tema, fuente de muchos malentendidos, errores y malinterpretaciones.

Tanto en círculos profesionales como en la cultura popular, la idea de que consumir cannabis puede desencadenar o producir un trastorno mental está ampliamente extendida. Los problemas de Salud Mental suelen incluirse entre los posibles riesgos asociados al cannabis, aunque su verdadera importancia radica más en la gravedad del asunto que en la frecuencia. Es decir, este tipo de problemas puede llegar a ser muy importante para quien lo sufre pero, a nivel epidemiológico, la aparición de trastornos graves es poco frecuente. La probabilidad estadística de desarrollar un trastorno mental grave directamente inducido por el cannabis es muy baja comparado con otros tipos de problemas asociados a su uso. Por ejemplo, muchos consumidores intensivos pueden llegar a presentar algún tipo de déficit de memoria reciente. La experiencia de un bajón de tensión (chino, blancazo, amarillo…) es habitual en los usuarios poco experimentados o de dosis elevadas. Y desde luego el problema más frecuente para los usuarios son las multas por consumo o tenencia en espacio público. Pagar un mínimo de 600 euros por llevar en un bolsillo medio canuto es, aparte de una aberración legal, un problema para la salud de las personas si consideramos el salario medio en España.

En comparación con estos problemas, los trastornos graves de salud mental inducidos por el cannabis son poco frecuentes. Pero es cierto que el uso de cannabis y la aparición de trastornos de ansiedad, problemas depresivos y trastornos psicóticos están asociados, como lo demuestran decenas de estudios desde hace décadas.

Pero también es indiscutible la idea de que el hecho de que dos fenómenos estén asociados no implica que uno sea la causa del otro. Este concepto es fundamental y conviene aclararlo antes de seguir adelante. Para entenderlo comenzaremos con un ejemplo típico. 
En Septiembre de 2012 muchos periódicos publicaron una noticia sobre un estudio de la Universidad de Santiago de Compostela y el Instituto de Investigación de Economía Agrícola de Noruega, sobre la relación entre la lectura del etiquetado nutricional de los envases alimenticios y la obesidad (1). Los resultados de la investigación indicaban que el índice de masa corporal de aquellas consumidoras que leen las etiquetas es 1,49 puntos menor que el de las que nunca consideran dicha información a la hora de hacer la compra. Esto supone una reducción de 3,91 kg para una mujer estadounidense tipo de 1,62 cm de altura y 74 kg de peso. 
Una interpretación sensata de esta investigación sería que las personas que leen las etiquetas de los productos alimenticios están más sensibilizadas con la importancia de la dieta, tienden a ser más cuidadosas en sus elecciones a la hora de hacer la compra y, por tanto, consiguen un peso más equilibrado que aquellos que no lo hacen. Pero si no sabemos distinguir entre “relación” y “causa” podríamos decir que la reducción de peso se produce al leer las etiquetas de los alimentos en el supermercado. Esta conclusión sería bastante estúpida, aunque algunos medios de comunicación como Muy Interesante titularan la noticia sobre el estudio reseñado como “Leer las etiquetas de los medicamentos te mantiene delgado”.

Existen muchos más ejemplos divertidos al respecto. Una web americana llamada Spurious Correlations se dedica a estudiar todo tipo de relaciones absurdas desde un punto de vista humorístico y demuestra por ejemplo que existe una relación entre el número anual de ahogados en piscinas en EE.UU. y las películas protagonizadas por Nicholas Cage. O que las tasas de divorcios y el consumo de margarina en el Estado de Maine entre 2000 y 2009 siguen un mismo patrón. Esta relación es matemáticamente clara e indiscutible desde un punto de vista estadístico, pero no tendría ningún sentido considerar que los americanos se ahogan en la piscina por ir al cine a ver a Nicholas Cage o que se divorcian porque comen mantequilla de cacahuete en lugar de margarina.

Las relaciones entre el cannabis y la enfermedad mental son mucho más complicadas. Una pequeña proporción de usuarios de cannabis presentan trastornos de tipo mental y desde hace décadas se llevan a cabo estudios para averiguar si estas alteraciones son más frecuentes en fumadores de cannabis que en la población general y en qué grado puede atribuirse su desarrollo al uso de esta sustancia. En los últimos quince o veinte años se han publicado diversos estudios científicos que relacionan el consumo habitual de hachís o marihuana con un incremento del riesgo para desarrollar psicosis y, con menor grado de evidencia, trastornos depresivos o de ansiedad. Esto no quiere decir que todas las personas estén sometidas al mismo riesgo por el hecho de fumar cannabis. Ninguna enfermedad mental se explica por sí sola como la consecuencia automática de una única causa y hay que considerar factores de tipo biológico, psicológico y social: personalidad del usuario, edad, frecuencia y cantidad de consumo, tipo de planta utilizada, antecedentes de problemas familiares o de salud mental….

En muchas ocasiones las conclusiones de los estudios sobre cannabis y salud mental se sacan de contexto, ofreciendo la falsa sensación de que cualquier tipo de consumo coloca al usuario en un grave riesgo de desarrollar una enfermedad mental. Algunos ilustres gurús antidroga afirman sin pestañear que “el cannabis sextuplica la incidencia de esquizofrenia”. La afirmación es la consecuencia de torturar ensayos científicos hasta conseguir obtener las conclusiones que desean, además de confundir (por mala fe o ignorancia) los conceptos de correlación y causalidad como veíamos en los ejemplos previos.

Pero caeríamos en el mismo defecto si simplificáramos el tema diciendo que la relación de causalidad entre el cannabis y los problemas de Salud Mental es cero. Hay muchos matices y controversias que desarrollaremos en las próximas entregas.

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