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Mi ciudad cultiva la guerra, no cannabis

Mi ciudad cultiva la guerra, no cannabis

Arnau Alcaide

Sagunt es una ciudad costera valenciana cuyo puerto envía armas regularmente a Arabia Saudí, que se utilizan en la masacre de civiles en el Yemen. El envío es secreto y la relación comercial se fragua desde las más altas esferas, al involucrar negociaciones con autócratas y dictadores. Sagunt no es una excepción, España es actualmente el noveno país del mundo en venta de armas. Sin embargo, muchas ciudades no tienen ninguna asociación cannábica por la ausencia de una ley apropiada a nivel estatal. El marco dialéctico que permite justificar que esta sea la realidad de un país es claro: la guerra es segura y el cannabis un peligro.

Dialéctica, lenguaje, medios de comunicación y propaganda

Todo parte de la aureola de objetividad con la que se dota a les medios de comunicación. Esto es posible en una cultura carente de análisis sobre el uso intencionado del lenguaje, o de los discursos en su conjunto que dibujan una realidad de ideas ordenada, tantas veces interesada, más allá de los ganchos dialécticos a los que el consumo rápido de información nos tiene acostumbrados. Así puede funcionar la propaganda, porque se han retirado las herramientas de la sociedad para diferenciarla de la información.

Con la ayuda de los medios, España ha pasado de ser crítica con la OTAN en los 80, y celebrar manifestaciones masivas contra la guerra de Iraq en 2003 para desvincularse del imperialismo estadounidense, a tener un pensamiento mayoritario belicista frente a Rusia tras la invasión de Ucrania: este radica en que la seguridad solo se conseguirá con la violencia y que no existe la posibilidad de negociar la paz, solo de imponerla; la alternativa es que el otro nos aplaste. Para ello, se aumenta el presupuesto militar y se participa con el envío de armamento en la guerra; el objetivo, asegurar la paz y la seguridad de quienes destinan su dinero a las armas. Ahora mismo, este es el pensamiento mayoritario. ¿A qué intereses sirve? Ya hemos visto por las víctimas y la inflación, que elevará la pobreza alimentaria, que a los civiles no.

Si deconstruimos bien el planteamiento de que no se puede negociar y por lo tanto la guerra es el único camino para la paz, la imposición por la violencia de esta es una contradicción constante que se plantea en todas las guerras, que se repite en la propaganda a lo largo de la Historia una y otra vez. Sin embargo, pese a que la destrucción del planeta es más posible que nunca por el uso de armas nucleares, esta ecuación se lee como improbable, mientras que se presentan las armas como potentísimas a la vez que precisas para solo afectar a la zona en conflicto que todos vemos desde la grada. A quienes contradicen el discurso belicista «por la paz» se les acusa de ingenuos deshechos mentales o de prorrusos, deslegitimizando las posturas que desmontan las contradicciones bélico-pacíficas que trata de soportar la propaganda de los medios.

Además de las posiciones belicistas, la industria española de la guerra entraña contradicciones todavía más ostensibles, al ser mero lucro el que se beneficia de la muerte, sin poder argumentar que en todas las ventas la paz y la seguridad de España se esconden detrás del vestido de bala. Como un mal endémico de nuestro tiempo, la izquierda defiende el volumen del empleo local a costa de la ética de los negocios de las multinacionales, en algunos casos incluso armamentísticas. La ética que sí se cuestiona es la de las asociaciones, pese a ser entes locales sin ánimo de lucro, a las que se equipara con el narcotráfico, al que le compiten el mercado: vaya casualidad, que a este hay que combatirlo con las armas producidas, todo un círculo bien cerrado.

La cultura belicista creada por la propaganda sujeta el prohibicionismo de las plantas medicinales

El crimen, como la guerra, se combate, y si cometemos un crimen mayor, es en nombre de la paz y la seguridad. Así podríamos resumir el prohibicionismo y sus constantes atropellos de Derechos Humanos en nombre de una moral abstemia impuesta por las Naciones Unidas. Para sujetar la prohibición de plantas medicinales durante 50 años al servicio de la explotación farmacéutica de corporaciones, hace falta generar todo un marco dialéctico, que se refuerza en la cultura bélica promovida por la propaganda.

Así, la prohibición de dichas plantas se justifica en que son «drogas» a diferencia de las «medicinas», aunque sean el principio activo de muchas de ellas, porque te hieren en lugar de sanarte si las usas por placer o tradición, y no con receta. Se justifica la violencia estatal que se te aplicará para «protegerte» de «herirte» en base a que tú causarías situaciones de violencia si no lo hiciesen, voluntarias o involuntarias, por lo que al ejercer la fuerza contra ti, la imposición sobre ti, sobre las personas, lo que se logra en última instancia es la paz, la liberación de la posibilidad criminal de dichas personas, de la posibilidad de que causen violencia o daño a sí o a otros. Para ello el estado debe estar dispuesto al uso de la fuerza, que incluso de incurrir en la comisión de crímenes mucho mayores, se justifican con el fin de la paz, la salud, el bienestar y la seguridad.

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