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Entrevista a Joan Carles March, pionero del programa de heroína y privado de investigar el cannabis medicinal

Entrevista a Joan Carles March, pionero del programa de heroína y privado de investigar el cannabis medicinal

Arnau Alcaide

Nos atiende este médico e investigador mallorquín de «ses Illes» nacido en Pollença. Pionero en diseño y trabajo de campo en políticas públicas de salud, Joan Carles March puso en práctica el primer programa de prescripción de heroína de la administración española y el tercero del mundo, y lo hizo como coordinador de Investigación de la Escuela Andaluza de Salud Pública (1996-2001). Quiso investigar también el cannabis medicinal en el proyecto Rasquera, pero no lo permitieron los tribunales. Aunque ahora se dedica a divulgación y formación de equipos contra el coronavirus a tiempo completo, ha tenido un poco para nosotros.

Así rezaba la aprobación de un programa que empezaría a reclutar potenciales pacientes en 2002: «La buena práctica médica lleva a buscar nuevos tratamientos para aquellos heroinómanos que no pueden beneficiarse de los tratamientos disponibles». Antes, Suiza en 1994 y Holanda en 1998, habían realizado sus propios ensayos clínicos. España se convirtió pues, de la mano de Joan Carles March, en el tercer país del mundo en poner en práctica un programa de prescricpción de heroína para la administración controlada como tratamiento al síndrome de abstinencia.

Posteriormente, sería contratado para el primer programa público de cultivo de cannabis, que iba a proveer a una asociación de consumidores con la que March investigaría los usos medicinales y la prevención en jóvenes, pero que finalmente se tumbó en los tribunales con una causa contra el alcalde impulsor, de la localidad de Rasquera, que daba nombre al programa. Así pues, March nunca ha podido investigar en cannabis, nos reconoce.

Cómo la heroína le convirtió en pionero

El médico e investigador nos cuenta cómo fue Manuel Romero, presidente de una asociación de extoxicómanos, quien al conocerse le abrió las puertas a un conocimiento que le llamó la atención investigar. «Desde la Escuela Andaluza de Salud Pública lo contratamos para un proyecto en prisiones andaluzas», explica March. Con él empezaría a investigar la prevención en personas que tienen VIH, pues era cercano a las áreas sociales de la salud que permiten la correcta política pública, pero fue en el campo de las drogas donde se le abrieron toda clase de preguntas.

Su siguiente proyecto ya trataría de administrar metadona para el tratamiento del síndrome de abstinencia por heroína en presos europeos, cuyo consumo mayormente se presenta combinado en una politoxicomanía. Fue también junto a él, y el creciente interés de March llevó al desarrollo y aprobación del proyecto heroína. «Era el único de España y estaba en Granada», recuerda, «el tercero del mundo, no ha habido otro».

La reducción de daños salva vidas: administración controlada de heroína

Se trataba de «un proyecto para personas que fracasaban en el uso de metadona como tratamiento, consumidores con problemas legales y derivados del consumo, o VIH o hepatitis», nos cuenta de la población con la que trabajó, a la que se trató de llegar durante una campaña de captación de pacientes para el ensayo clínico.

«Los resultados son muy buenos porque los consumidores de heroína administrada mejoraban mucho más que los de metadona», se congratula March. «Esto demuestra que no en todos los casos se está haciendo la administración correcta y abre la puerta salvar a muchos pacientes», explica. Se trataría de que, pese a que para algunos pacientes pueda ser efectiva la metadona, para otros el opioide utilizado o incluso la forma de administrarlo no son adecuados y no permiten atender eficazmente las devastadoras consecuencias del síndrome de abstinencia.

«Entre metadona y heroína inyectada había un espacio al que no llegábamos. Cada método es efectivo con diferente tipo de pacientes, se tienen que abrir otras líneas de tratamiento. Eso se podía hacer con heroína oral, o en otros lugares se hacía con heroína fumada», técnicas que pidió seguir desarrollando, pero a las que no se dio continuidad desde la administración autonómica. «Una pena que no se haya llegado a llevar a cabo».

El investigador cree que si se investigaran todas las formas de administración y los diferentes opioides se llegaría a la máxima eficacia en el tratamiento de estos síndromes de abstinencia por policonsumos que incluyen heroína y que se practican en la actualidad en España por ONGs o asociaciones civiles como Asociación Bienestar y Desarrollo, siendo el suyo el único caso en el que se involucró directamente el Estado, si bien financia la actividad desde el Plan Nacional de Drogas.

Privado de investigar valor medicinal y prevención en jóvenes del primer cultivo público-asociado del cannabis

«Ayudé a desarrollar el proyecto Rasquera a raíz del proyecto de provisión de heroína, que hizo que me lo pidieran. Buscaba evidencias del cannabis terapéutico y la prevención en jóvenes», lamenta. Su papel iba a reforzar un proyecto pionero en reducción de daños, en el que por primera vez la administración se involucraba en la prevención desde el control de la producción y la distribución.

En la práctica, se alquilaba el terreno y no era un cultivo público per se, sino propiedad de la asociación, pero la administración local reconocía su existencia, la finalidad del alquiler y promovía que se realizase el proyecto de investigación en el marco preventivo y desarrollo del conocimiento de los usos terapéuticos, pues había usuariado medicinal entre los 4000 que se iban a beneficiar de un cultivo con garantías legales. Esta voluntad de permitir la investigación de campo es el gesto mínimo de la administración por el derecho a la salud de pacientes, pues es el primer paso a dejar de negarlo.

Hacia la regulación del cannabis medicinal

«Creo que se tiene que avanzar en la regulación terapéutica porque hay gente a la que le es útil. Se tiene que poner encima de la mesa por eso», razona contundente de la urgencia de una reglamentación para personas usuarias medicinales. «Mejor rigor que chapuza, ciencia que experiencia; hace falta ver regulaciones, proyectos, evidencias…».

Está abierto el debate y falta que los políticos «se conciencien». Señala que «mejor legal que ilegal, pues hay 1000 patologías» que se podrían beneficiar del uso controlado de cannabinoides. Se trata, por ejemplo, «de una herramienta terapéutica contra el consumo de cocaína», señala el médico.

En España se puede acceder a algunos medicamentos que contienen cannabinoides purificados, pero no a la planta con usos medicinales documentados desde el 2700 a.C. (Li, 1974) por la tradición asiática, y tampoco el grado de control sobre ella permite el sencillo acceso a investigarla a especialistas como March, a quien le fue declinado un trabajo de campo con pacientes que lo utilizan en la práctica.

Esta es la única forma asequible de abordarlo desde una investigación pequeña sin los recursos de las farmacéuticas, como la aprobada por el Comité Ético de la Universidad de València, no sin reticencias, a Salvador Amigó en colaboración con una asociación de personas usuarias de Castelló con un amplio servicio terapéutico.

En una investigación así prima el interés público y el conocimiento por encima de la obtención de patentes, pues los preparados farmacéuticos con sus ensayos clínicos avalándolos sí se pueden patentar, pero no una planta como la Cannabis; de ahí la importancia de la iniciativa pública en el cannabis medicinal con proyectos como el de nuestro entrevistado. Además, la Agencia del Medicamento no acepta las investigaciones disponibles por falta de garantías derivadas de los recursos empleados, o de la metodología empleada, pensada para compuestos, que no debería aplicarse sobre plantas y preparados herbales.

«Se tiene que cambiar el punto de vista, siempre se pone el problemático. Es verdad que ante una predisposición se pueden tener riesgos mentales, pero si desapareciese el cannabis solo se eliminaría el 10% de la psicosis en el mundo», rebate. Y eso que, como se asegura recogemos: «No he sido nunca consumidor ni de cannabis ni de heroína».

Joan Carles March

Diplomado en Sanidad por la Escuela Nacional, en Estadística por la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Salud Pública y Administración Sanitaria y Médico Especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. Fue el primer presidente del comité de gestión de la Red de Escuelas de Salud para la Ciudadanía del Ministerio de Sanidad, Igualdad y Servicios Sociales.

Fue investigador responsable del grupo de Salud Pública en lo Profesional y lo Ciudadano, del Instituto de Investigación Biosanitaria (ibs.GRANADA), y también es miembro del CIBER de Epidemiología y Salud Pública.

Sus áreas de trabajo han estado centradas en Promoción de Salud y Salud Pública, donde fue director para Europa de la Unión Internacional de Promoción y Educación para la Salud (1999-2001). En el campo de la investigación ha sido coordinador de Investigación de la Escuela Andaluza de Salud Pública (1996-2001), impulsor e investigador principal del Programa Experimental de Prescripción de estupefacientes de Andalucía (PEPSA), tercer proyecto que se realizó en el mundo sobre la materia y donde se utilizaba la administración controlada de heroína como medicamento.

Ha sido evaluador del Fondo de Investigaciones Sanitarias y de diversas publicaciones y revistas nacionales e internacionales, cuenta en su haber con más de 150 artículos en revistas nacionales e internacionales. Es autor del libro ‘Liderar con corazón’ y del estudio CLIMAP, clima emocional en atención primaria.

Ha sido consultor en proyectos de la Unión Europea, asesor de la Organización Panamericana de la Salud, de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización Nacional de Transplantes.

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